No sé cuántas veces he perdido el nombre de las cosas,
ni cuántas las cenizas son reflejo, doblez o llanto
de verdades en desuso.
Ignoro en qué momento me traicionó el horizonte
y la vida pasó a ser vertical irresoluble,
ni cuándo el beso, por vez primera,
me supo a café descafeinado.
Sólo sé
que ya no importa si este cielo se emborracha
con la acrobacia de tanta paloma urbana
o si la miseria inventa religiones de barbechos
y una bohemia formal para desheredados.
Sólo sé
(y lo digo ahora, que siento lástima de mis pasos
y mi vida anda descalza),
que la noche no persigna ni pulso ni creencia,
y el callejón en cuclillas se chotea de mi sombra
cada vez que me descuido.
Y es que al final, cuando se agote el norte,
seré yo el esqueleto que sostenga,
entre inútiles puntos de sutura,
la maldita exactitud de mi ceguera.
Thursday, November 03, 2005
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