Thursday, June 19, 2008

Olvido

Para qué decir mi sentimiento,
debo guardarlo para siempre
en el último rincón de mi alma,
porque soy hoja en otoño
cruzando con el viento
este camino sombrío.

Para qué soñar tus sueños
si eres ajeno a mis días
transeúnte en las noches duras
que estallan en mi alma.

Para qué recordarte,
si prometiste eternidades
y sólo me has dado
malditos instantes.

Para qué repetir tu nombre,
o mirarte pasar de nuevo,
si hoy quiero olvidarme
de que alguna vez fuiste mi tesoro.

Wednesday, June 11, 2008

Tiempo de ángeles

Me preguntan cuándo comenzó mi peregrinación de médico en médico, de hospital a clínica privada según si había dinero o no. No lo sé, tal vez fue cuando quise alcanzar la muerte y me dejaron viva, tal vez fue cuando tu moriste y yo me cansé de respirar; pero nadie entiende lo que es tratar de luchar años tras años contra las arenas movedizas de la depresión.

Tuve que aprender muchas tretas para lograr que me dejaran en paz, por hablar con el mismo lenguaje de los vivos -no digo sanos, por que nadie lo está.

No sé que edad tengo ni cuál tenia cuando me rebelé contra la vida. Grité mucho, no paraba de gritar. Comenzaron psicólogos que miraban más el reloj que los apuntes sobre mis temores; no pudieron silenciarme y pasaron a los psiquiatras, los cuales me llenaron de medicamentos.

Cada invierno decían que era algo congénito, que la luz, que lo bipolar, qué sé yo; lo único que yo quería era dejar de respirar. Nadie entiende lo que es estar cansado, el dolor que significaba mover un brazo o tratar de caminar; para ellos lo mejor es aturdir a preguntas, o a echarse culpas que no se pueden repetir en este idioma.

No quiero causar dolor ni lágrimas a los que me rodean, pero no comprenden que dejándome viva me producen más dolor que yo a ellos.

Una noche en que junté todos los medicamentos de los distintos medico y me los iba tomando uno a uno como queriendo justificar los días de más que tenia en esta vida, todo bailaba al compás de mi agonía. Fue entonces cuando llegaron unos ángeles a ponerme una alas blanca, pero éstas no me dejaban mover los brazos, éstas me hicieron cruzar los brazos.

Había más como yo -sabíamos si estábamos vivos o muertos-, y no les tenía temor. Los extraños de aquel lugar, llámense visitas o familiares, miraban en forma extraña por sus ojos puestos en cualquier lugar de la estratosfera menos en la tierra, y sus transparentes babas, que caían indiferentes de sus labios.
Cuando uno los conoce mejor piensa que esas babas son lo que diferencian el amor de verdad, porque ellos han sido los únicos de los que realmente he sentido el amor por mi persona. Después me enseñaron muchas cosas, que ya les diré.

Los médicos, tras sus escritorios, asépticos de errores, me preguntaban sobre mi vida, yo sólo gritaba: “muerte y siempre muerte, esa es mi meta” ¡Ay! esas largas miradas que rompían mi alma sin decir nada, un sólo anotar en papeles amarillentos de tiempo.

No entendía por qué cada mañana me llevaban en una desnuda camilla y me cubrían tan solo con una bata que en algún tiempo fue blanca, que apenas cubría mis fríos miembros. Esos enfermeros de mirada lujuriosas, colocaban un pañuelo en mi boca, me amarraban las muñecas y los tobillos muy fuertemente y acercaban unas paletas conectadas a un panel eléctrico. Sentía el aliento de ellos sobre mi nariz y mi boca, incapaz de gritar; ponían esas paletas en mis sienes y el mundo se apagaba para mí. No sé por cuanto tiempo estaba muerta.
Día tras día se repetía esa ceremonia y si algún día no lo hacían lo extrañaba, pero la fuerza de mis gritos iba apagándose.

Cuando esos brujos de las paletas estaban enojados, no me dejaban ir al baño; y antes de morir un poquito, sentía sus risas cuando mi orina, sin poder contenerla, se escapaba por mis piernas, y la humillación, cuando volvía a vivir. Me arrastraban al baño y con una manguera me bañaban. No sé si era mas fría el agua o los ojos de ellos.
No recuerdo si fueron días, semanas o años de esta ceremonia, pero ahora sólo murmuraba "muerte".

Mis amigos de encierro me enseñaron a guardar los medicamentos debajo de la lengua, así cuando estaba muy cansada tomaba los de reserva y dormía más, mucho más. Me decían que ya no gritara, ni hablara nada, que no hiciera nada para enojarlos a ellos, solo que los mirara con la baba en la boca. Mis gritos no se silenciaron, solo que ahora nadie los escuchaba, tan solo yo, y eso era lo más importante.
Nadie va a volver a violar mis pensamientos, ni lo que yo quiero o no, tengo que decir a todo si: “si, señor”, “si, doctor”, “si, quiero vivir.”

Hay años que no puedo callar, empiezo a gritar una y otra vez, hasta que vuelven esos ángeles a colocarme esas dolorosas alas. Y toda la historia se repite.

Lo único que deseo es que alguna vez con esas alas pueda mover libremente los brazos y pueda volar muy lejos, prometo en silencio seguir esperando, no gritar más.